A continuación reproducimos el artículo publicado el pasado domingo 17 de diciembre de 2017 en el diario La Tribuna de Toledo del historiador, profesor y político toledano Jesús Fuentes Lázaro.

El último domingo en La Tribuna, Sánchez Lubián se lamentaba por la incomprensión que la ciudad muestra hacia el escultor Alberto Sánchez. Algo semejante solo es posible en Toledo. El autor atribuía el desdén por Alberto Sánchez a su filiación política. Ni mucho menos. Aceptar ese planteamiento sería una justificación, no válida, pero justificación al fin y al cabo. El fondo y la forma son más inquietantes. Es la indiferencia colectiva y representativa hacia el arte, incluido el reciente. Eso sí, monerías las que quieran. En el capítulo de los ninguneados se incluiría, entre otros muchos, a “Kalato”, Francisco García López, que el martes pasado fue analizado en la Biblioteca Regional por la profesora Sagrario Martín-Caro. La obra conocida podría exponerse en cualquier museo. Como en Toledo carecemos de semejante institución que cuente la historia de la ciudad mediante el arte, permanece olvidado. Ninguna novedad en el panorama local de las artes. Continuamos sin un lugar en el que poder contemplar en su conjunto uno de los momentos más creativos de la Historia de Toledo. Claro, que una cosa así solo puede ocurrir en una ciudad así.

Francisco García López, alias “Kalato”, que en versión galveña, (de Gálvez), sería “calato”, mote de la familia, fue profesor de la Escuela de Arte y Oficios de Toledo en los años en los que el centro era algo más que un instituto. Allí profesores y alumnos se curtían en la creación de obras en un proceso creativo interrelacionado. Demostraban día a día su destreza. En el caso de Kalato, en la escultura en mármol, granito, terracota, madera o hierro. Daba igual el material. Con todos se atrevía y en ellos va dejando huella en su evolución artística. Tiene la obra distintas etapas, desde la más clásica a la más moderna y en todas se percibe su dominio de la técnica e investigación infatigable. Es un hombre autodidacta, como el propio Alberto Sánchez, a caballo entre la generación de escultores figurativos y las nuevas orientaciones abstractas que se imponían en el mundo. Situado entre ambos estilos busca su espacio personal. Narra con sus obras el tiempo que le tocó vivir  y los esfuerzos  que se hacían  por incorporar las tendencias que invadían el arte contemporáneo. Lástima que su obra no se pueda ver ni contemplar en ningún lugar público y contribuya al relato del tiempo que desaparece. Lástima que Santa Cruz sea un edificio tan magnífico como desaprovechado.

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